Me gustan las aceras caprichosas
que desbandadas en surreal geografía,
en vano intentan cobijar contrahechas
las indomables raíces de árboles ancianos.
Me gusta ver mis pies saltar sobre ellas
en zigzagueantes brincos infantiles,
y esquivar las poderosas y peludas reatas
que han trenzado el tiempo del pasar urbano,
y hoy, desnudas de piedra, reniegan su pasada opresión.
Son esas mismas aceras quebradizas
ecos nostálgicos del milenario lago,
que en sinuoso lenguaje se reinventan
desafiando poéticas la vanidad de la humana razón.
Y cuando para esquivar las desmoronadas losas rotas,
vestigios arqueológicos de sueños de progreso,
apoyo mi mano sobre algún augusto tronco,
me gusta que magnánimo y sabio mueva sus brazos
y en mil titineos de lentejuela que acaricia el viento,
me sonría desde su toldo de hojarasca,
y como un gigante protector guíe mis pasos
por entre el pasaje intemporal
cuyas sombras invocan los sueños insepultos de otro tiempo y otra nación.
Ocoxal