“Si hubiera parque, no estaría usted aquí”
General Pedro María Anaya
(Su respuesta al general enemigo tras la derrota,
de Churubusco, 20/08/1847)
De cómo decenas de irlandeses, alemanes y otros soldados europeos desertaron de las filas del general Zachary Taylor para pelear en defensa de México es un hecho que sorprende. El año era 1846 y los ejércitos mexicanos peleaban en una lucha desigual para proteger una gran parte de su territorio. Al mismo tiempo que México se defendía en varios frentes con soldados y voluntarios pobremente abastecidos, Irlanda sufría el éxodo nacional más grande de la historia europea hasta entonces. Su población escapaba del yugo colonial inglés pero sobre todo del hambre. La clase aristócrata de Inglaterra poseía la tierra cultivable dedicándola a la siembra del trigo para su propia demanda. Bajo ese sistema, los campesinos irlandeses dependían de sus huertas caseras e irónicamente de un producto en particular, la papa, que por ser un tubérculo de mal aspecto fue despreciado, sobre todo por la aristocracia europea, durante largo tiempo después de haber sido introducido del Perú en el siglo XVI.
La papa, o patata, soportaba las bajas temperaturas de la región y rendía fruto más de una vez al año. así que la epidemia que destruyó completamente la cosecha pudo causar el hambre general y el éxodo de más de dos millones de irlandeses entre 1845 y 1849. Sin embargo, para estos años la emigración desde Irlanda no era un fenómeno completamente nuevo. Sólo en 1830, habían llegado 650 mil inmigrantes irlandeses a tierras americanas; la mayor parte eran católicos, por lo que enfrentaron inmediatamente el rechazo abierto de los puritanos de Massachusetts en donde primero se establecieron. En los años 40, al incrementarse el número en forma acelerada, su población se extendió a Nueva York, Illinois, Pennsylvania, y más tarde a Nueva Jersey, Ohio y California. Para 1920, menos de un siglo después, la inmigración irlandesa a Norteamérica llegaría a formar el 10% de la población total de los Estados Unidos.
Una de las consecuencias directas de este gran éxodo fue el rechazo de los llamados “nativistas” a los nuevos inmigrantes, que se tradujo en protestas públicas y políticas, y en ocasiones en actos de provocación destinados a expulsarlos de sus comunidades. Los nativistas, protestantes todos ellos, mostraron su odio desde temprano con la quema de iglesias y conventos. No obstante, los irlandeses se defendían sin miedo en enfrentamientos violentos en donde a veces las agencias del gobierno tomaban partido con los nativistas. La situación de los irlandeses se complicaba porque no todos eran católicos y su comunidad revivía las divisiones traídas del viejo continente.
El historiador Noel Ignatiev narra en su obra How the Irish Became White (traducción literal:“De como los irlandeses se hicieron blancos”) que en 1843 en Filadelfia, los nativistas provocaron una protesta de trabajadores irlandeses después de que una maestra católica se rehusó a leer en la escuela una biblia de Rey James, por lo que fue despedida. El hecho había encendido las luchas ideológicas entre protestantes y católicos y la violencia se apoderó de las calles. Al resultar muerto un irlandés protestante de nombre George Shiffler, su venganza al grito de “mártir” llevó a la quema de la iglesia de St. Michael al día siguiente. Los bomberos, simpatizantes con la causa nativista, se limitaron a rociar los edificios adyacentes. Un día más tarde, la iglesia de San Agustín también fue quemada.
Parte del odio venía del rechazo a la Iglesia Católica y parte porque se veía a los recién llegados, en su mayoría iletrados y pobres, como una carga social que implicaba pagar más impuestos. Visto desde nuestro tiempo, más que sorprendente resulta inverosímil el que los irlandeses no fueran considerados como “blancos” por los anglos y compitieran a su llegada por los trabajos que sólo los negros no tenían derecho a despreciar. También los alemanes eran víctimas de ataques por parte de los nativistas ya que en gran número eran laicos; entre ellos había ateos, agnósticos, socialistas y en general reformistas. Sin embargo, estos habían dejado atrás las divisiones religiosas aunque no simpatizaban con la élite inglesa, particularmente la aristocracia del Sur a la que identificaban con la misma clase contra la que se habían revelado en su tierra natal.
Miles de irlandeses, tanto protestantes como católicos, se enlistaron voluntariamente en la guerra contra México. Participaron compañías de irlandeses provenientes de Savannah e Illinois, bajo James F. Egan y Windfield Scott. este último contaba con un cuerpo de 2000 nativos irlandeses, según narra Carl Wittke en su libro The Irish in America. Un número indeterminado de ellos era miembro de pandillas y su expediente de delincuencia era serio, por lo que la guerra significaba una buena manera de evitar ir a la cárcel. Noel Ignatiev menciona el caso de William McMullen, miembro de la pandilla de los Killers, (Matones), quien no sólo había estado en el grupo de los que asesinaron a Shiffler en los enfrentamientos en Filadelfia de 1843 y 1844, sino que había apuñalado a un policía y herido a otro y esperaba juicio en 1846. Su participación en el ejército en la invasión de México lo redimió pues regresó como un héroe. Aún así, ésta no fue una guerra popular, y hubo suficientes críticos incluso dentro del mismo Congreso. El general Ulysses Grant estuvo entre quienes reprobaron la agresión a México. El historiador Ignatiev agrega que:
El ejército de Estados Unidos tuvo el más alto grado de deserción de cualquier ejército en la historia de los Estados Unidos – 8 porciento. Los soldados nacidos en el extranjero formaban casi la mitad de las fuerzas del general Taylor; de estos, la mitad eran irlandeses. (161)
La formación del Batallón de San Patricio es un tema que los historiadores norteamericanos han preferido omitir, y apenas ocupa unas líneas aún en los libros cuyo tema específicamente trata de irlandeses en América. Por otro lado, los especialistas en temas México-americanos y en estudios chicanos han dedicado más tiempo y reflexión a este episodio del expansionismo estadounidense como parte del periodo que dominó la ideología del “Destino Manifiesto”. Su base se encontraba en la doctrina puritana cuya política de discriminación racista victimizó tanto a las tribus nativas y a negros, como a mexicanos, chinos, e irlandeses en este caso.
Los soldados irlandeses que se unieron al Batallón de San Patricio eran católicos y se oponían a la esclavitud; no extraña que se identificaran más con los mexicanos. Además esperaban que al término de la guerra recibirían tierras por su servicio para establecerse y empezar una nueva vida. Las versiones que han condenado su deserción anteponen motivos materiales y argumentan que el ejército mexicano les ofreció mejor paga que el norteamericano, pero tal tesis no tiene mucho peso considerando lo pobre que estaba el país, y sobre todo lo mal equipado que estaba el ejército mexicano por la falta de fondos, armamento y provisiones. En mayo de 1846, el presidente Polk había asegurado del Congreso permiso para financiar el reclutamiento de 50 mil soldados, además de recibir apoyo de algunos del sector privado que tenían interés en la anexión de más territorio. La historiadora Josefina Zoraida Vázquez subraya en su libro La Intervención Norteamericana (1846-1848), la gran desventaja que enfrentaba México con un ejército cuya artillería no estaba modernizada y que contaba con pocos recursos. Por ejemplo, en la marcha hacia Saltillo de Santa Anna en enero de 1847, el frío extremo entre San Luis y Coahuila había provocado la baja de dos mil soldados por la falta de abrigo.
El ejército invasor contaba con todo, bastimentos, medicinas, caballos, salarios y oficiales especializados en todas sus ramas, tanto que en sus filas iniciaron su carrera los primeros graduados de West Point. Los mismos voluntarios podían ser entrenados, disciplinados y sustituidos continuamente, mientras que en el ejército mexicano los sobrevivientes de una batalla marchaban de inmediato a enfrentar la siguiente, a veces marchando medio territorio. Las fuerzas que lucharon en el norte lo harían en Veracruz y después en el valle de México. (77)
Respecto al Batallón de San Patricio, considerando el maltrato al que todavía eran sometidos como inmigrantes por la sociedad anglo-americana en general, parece lógico concluir que algunos irlandeses, alemanes, polacos y otros católicos simplemente se revelasen contra el repudio y la violencia experimentados en el país por el que ahora debían pelear. El profesor Rodolfo Acuña, conocido especialista en estudios chicanos, menciona en Occupied America que los irlandeses católicos resentían el comportamiento de otros soldados, la quema de iglesias y el trato a monjas y sacerdotes. Su relato cita episodios de extrema crueldad contra las poblaciones civiles por parte del ejército americano, como atrocidades y robo a poblaciones indefensas. Agrega que su capitán John Riley había desertado antes del ejército británico en Canadá uniéndose al General Paredes en defensa de los derechos de los indios a sus tierras. Otro investigador, Juan Carlos Castillón, reitera en su estudio Extremo Occidente, que había descontento entre los soldados en las compañías militares, pues como indica, estaban “mal dirigidos y peor tratados por sus mandos, debido sobre todo a su catolicismo”.
En realidad, nadie sabe cuantos desertores simplemente abandonaron el combate en medio de la guerra y se asimilaron a comunidades del país; en Coahuila, Nuevo León, Chihuahua, y Sonora por ejemplo, donde la población blanca parece mayor que en los estados del centro. Los demás que siguieron luchando hasta el fin defendieron a la ciudad de México, la mayoría desde el que fuera el Convento de Churubusco, hoy “Museo de las Intervenciones”, donde sufrieron la derrota decisiva el 20 de agosto de 1847 quedándose sin parque. El número de europeos-americanos que participaron en ella fue de por lo menos 260, según el profesor Acuña. El juicio y el castigo vendrían unos días después. A algunos de los capturados, alrededor de 80, se les marcó con una “D” en la cara con hierro caliente, a otros se les azotó, y más de 50 fueron ejecutados. Hay 71 nombres en la placa conmemorativa que el gobierno mexicano les dedicó como héroes nacionales, 13 de ellos son alemanes.
Las pugnas entre nativistas, protestantes, católicos y otros grupos en Los Estados Unidos habían tenido un impacto político trascendental en la sociedad que se encontraba cada vez más dividida. La anexión de nuevos territorios mexicanos y sus pobladores que no eran blancos en una nación que lo quería ser, contribuyó a dividir más a los estados progresistas del norte, y al Sur, cuya economía dependía de la esclavitud. La polarización desembocaría en la Guerra Civil en la que triunfó el partido de Abraham Lincoln, pero no sin la ayuda de más de 150 mil irlandeses que lucharon por la Unión y por la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos. Hoy México no olvida el sacrificio de los San Patricios que murieron como mexicanos sin dejar de amar a su primera patria. Se han dedicado varios monumentos y una calle a su memoria; su estandarte, un harpa con perfil de ángel sobre el lema Erin Go Bragh (en una traducción no oficial, Siempre por Irlanda) así los recuerda en los homenajes que se les rinde cada año.