En las Indias cada uno era su propio amo,
no había que inclinarse ante nadie… Allá
nadie cargaba con el deshonor por mucho
tiempo y hasta el mas humilde podía
encumbrarse.
Isabel Allende
La campaña de Pedro de Valdivia que pretendía la conquista de Chile (1540 -1541) fue como ninguna otra, una empresa que sin ofrecer una posibilidad real de enriquecimiento, sí garantizaba enormes riesgos para sobrevivir. Partiendo de Lima, era necesario cruzar el temible desierto de Atacama donde habían muerto muchos de los seguidores de Diego de Almagro en esa primera gran expedición al extremo austral del Imperio Inca. La ruta de los Andes era imposible; habían muerto de frío alrededor de cincuenta españoles, doscientos negros y dos mil indios, además de innumerables caballos y perros, por lo que Almagro no se había atrevido a tomarla de nuevo. Los que habían logrado regresar, expulsados en combates sangrientos por los aguerridos mapuche, lo hicieron difamados y en andrajos. Naturalmente, esto redujo el interés para el financiamiento de una segunda incursión, lo que obligó a Pedro de Valdivia a adquirir deudas y vender su hacienda, ganada poco antes como recompensa por el servicio militar que prestó a Francisco Pizarro en la Guerra de las Salinas.
La tenacidad de Valdivia es incuestionable, pero también es cierto que nunca estuvo solo, y que la fundación de Santiago de la Nueva Extremadura, hoy Santiago de Chile, así como su epopeya son hazañas que compartió con Inés Sánchez, una mujer extraordinaria que estuvo a la altura del reto y a quien en su novela Inés del alma mía (2006), Isabel Allende convierte en portavoz de las experiencias de los años que cimentaron al pueblo chileno de hoy. Su relato se desarrolla como una autobiografía que a veces parece una confesión íntima dirigida a una hija, pero otras refleja la época con el detalle de una crónica. La voz, así como la perspectiva femeninas ahondan en las circunstancias que ayudan a comprender lo que dista de parecer real en el choque entre estos dos mundos tan distintos.
Pero además se trata de una historia que narra la barbarie de la guerra, de medio siglo de batallas, invasiones y conquistas, desde las contiendas en Flandes y más tarde en Italia, en donde Valdivia se distinguió cuando era aún muy joven, hasta la Batalla de Tucapel en 1553 contra los mapuche, la que significaría el fin de su vida. Bajos refuerzos y ataques furtivos de indios que envenenaban o secaban los pozos de agua a lo largo del camino, aumentaban las dificultades de la caravana de yanaconas o indios auxiliares, negros y soldados, mermando su confianza en el buen término de la campaña.
Desde el principio la expedición había abierto una brecha de inconformidad entre Valdivia y Sancho de la Hoz, quien interponía los derechos que Carlos V le había dado a él para gobernar las tierras conquistadas. Francisco Pizarro, entonces gobernador del Perú, ya había concedido a Valdivia autoridad en cuanto a los nuevos territorios. Aún cuando los dos capitanes acordaron cooperar para el beneficio de todos, la realidad es que se sabían rivales. A partir de entonces, a los peligros naturales de la expedición se añadió la división entre los hombres, las conspiraciones y un atentado contra la vida de Valdivia, quien hizo a de la Hoz su prisionero. Más tarde éste sería uno de los cuantiosos cargos por los que Valdivia, nombrado gobernador de Santiago por sus subalternos, tuvo que responder estando a punto de ser destruido políticamente. Sin embargo, la mayor víctima de la envidia y animadversión de sus enemigos sería su relación con Inés, es decir, la posibilidad de seguir juntos.
Las cualidades de Pedro de Valdivia, soldado y estratega de carrera y de linaje, hombre celoso de su honor y enamorado de la fama y de su servicio a Dios y a España, no son muy distintas a las del noble militar distinguido de la época. Sin embargo Isabel Allende subraya su singularidad en la apreciación de la magnitud de sus proezas, en la lealtad y respeto que inspiró en soldados de la talla de Francisco de Villagra, Alonso de Monroy, Jerónimo de Alderete, Francisco de Aguirre, Juan Gómez y Rodrigo de Quiroga, entre otros que le siguieron hasta el extremo del mundo; pero sobre todo en su disposición a adaptarse a las nuevas circunstancias y romper prejuicios sociales reconociendo en Inés, una costurera de Plasencia, a algo más que una concubina, una compañera con la que estaba dispuesto a compartir la Conquista de Chile. Es este ángulo que exalta la fuerza de voluntad humana, lo que Isabel Allende explora presentando la aventura de la conquista como un proceso trasformativo, en donde las condiciones de la experiencia y el contacto con las tierras americanas significaban la oportunidad de reinventarse y construir una sociedad diferente.
El caso de Inés revela con claridad las inquietudes de miles de mujeres españolas de su tiempo como testigos pasivos, en su mayor parte víctimas, de la fiebre de ambición y competencia de un mundo masculino que las convertía en viudas sin serlo realmente, condenándolas a la soledad de largas esperas que bien podían no tener fin. Para Inés no obstante, vivir arrimada a una hermana, a la espera de un marido al que ya no amaba, era intolerable. El partir a las Indias para definir su situación marca el comienzo de su liberación, del camino en el que, al igual que tantos hombres, conseguiría reinventarse mientras juntos creaban un futuro nunca antes imaginado. Su rebeldía en contra de las limitaciones impuestas sobre la mujer, iba acompañada de inteligencia y arrojo, sin los cuales no hubiese podido enfrentar el acoso de hombres bajos y perversos a los que tenía que exponerse en cada tramo de su fantástica travesía hasta Cuzco. Dormir con una daga bajo la almohada fue una de las muchas cosas que Inés habría de aprender en su épica aventura en los reinos americanos de España.
Como protagonista principal y narradora, Inés Sánchez nos muestra los aspectos prácticos de las empresas bélicas, el verdadero costo de las campañas de conquista, el apoyo logístico que de ser deficiente significaba morir de sed o de hambre en el camino, y más importante todavía, el papel central que jugaba cada quien, en particular la masa sin forma ni voz de indios y esclavos en los que recaía la carga más pesada y sin los que hubiese sido posible lograr los objetivos. El relato de Inés descubre que el valor y la astucia militar son sólo parte de la historia. Provista de sentido práctico, experiencia de enfermería básica, inteligencia e intuición, además de las cualidades de una mujer de pueblo que sabe lo mismo de agricultura que de animales y cocina, su contribución a la misión fue trascendental. Por si fuera poco, se sabe que su habilidad para encontrar agua, la cual aprendió de su madre en las tierras áridas de Extremadura, donde era frecuente ver secarse un pozo, salvó a la caravana de una muerte segura en el desierto. No es de extrañar el interés de la autora por traer a la vida en las páginas de esta novela a la mujer que merece ser reconocida como cofundadora de la nación chilena.
En su papel de primera “gobernadora” en la historia de Santiago, Inés Sánchez fue idónea para las tareas de prever, administrar y distribuir los recursos; de familiarizarse con las curaciones y hierbas medicinales de la región y proveerse de medicamentos; de organizar ayuda, atender a los heridos, zurcir la escasa ropa con que contaban y más tarde cultivar semillas, cuidar y parear a los animales y formar comedores con ayuda de su leal amiga y sirvienta, y de las mujeres indias que a menudo se olvida mencionar en los relatos de tema heroico, mientras hombres y yanaconas se dedicaban a fortificar la ciudad y la defendían contra los constantes ataques de sus enemigos. El valor de Inés Sánchez también fue legendario habiendo empuñado la espada más de una vez y arremeter ella misma contra los caciques capturados para hacer huir al ejército de miles de indios mapuche, cuando arrojaba sobre ellos las cabezas recién degolladas de los prisioneros.
En este relato sobre las raíces de la nación chilena Isabel Allende muestra que los relativamente escasos hombres y mujeres que siguieron a Valdivia al lugar más incomunicado del Imperio, no carecieron de valor. No sólo encararon las vicisitudes y la crudeza de un viaje de cinco meses por el desierto, sino también, a base de trabajo duro, ingenio y voluntad se volvieron a levantar tras la quema total de Santiago que los dejó con lo que llevaban puesto, un par de gallinas y algunas semillas apenas, por lo que el hambre se convirtió en su segundo gran enemigo. La espera de refuerzos y provisiones tardaría dos años.
También fascinante es el protagonismo de las tribus mapuche, enemigos formidables de la fuerza militar española; pueblo mítico y a la vez real que nunca fue conquistado, porque un mapuche no teme a la muerte ni al dolor, y como es claro a lo largo de la novela, no puede ser comprado porque no le interesan las riquezas. Isabel Allende dignifica el papel de los mapuche subrayando su resistencia y su valor: “¿El temor? No lo conocen. Aprecian primero la valentía y segundo la reciprocidad… No tienen calabozos alguaciles ni otras leyes más que las naturales.” Para un mapuche “el peor castigo es el exilio”. Para los mapuche la llegada de los europeos también dio inicio a un proceso de cambio que en un principio les obligó a adoptar nuevas formas de pelear y defenderse contra la superioridad de las armas españolas. Las batallas que protagonizó Valdivia y su muerte son algunos de los episodios que retratan mejor el lado aterrador de la época de las conquistas, el odio sembrado y el deseo de venganza entre los nativos, que en el caso de los mapuche aumentó su peligrosidad. Adoptaron la tortura, que era una práctica común entre los invasores, e irónicamente pudieron usarla contra el mismo Valdivia, haciéndole pagar los actos de crueldad excesiva que tanto él como otros habían ejecutado contra hombres, mujeres y niños indígenas. La audacia del pueblo mapuche se hace evidente en Lautaro, el espía que puso al servicio de los suyos el conocimiento adquirido durante muchos años para urdir la victoria sobre el enemigo.
A partir de su llegada al cerro de Huelén, al que Valdivia bautizó como Santa Lucía en 1541, a trece meses de su salida de Cuzco, la narración de Inés Sánchez (1507 – 1580) se extiende por otros cuarenta años, periodo en el que los mapuche nunca se dieron por vencidos defendiéndose contra la invasión de sus tierras. La novela expone las raíces que han marcado el destino de este pueblo a través de los siglos, y su admirable resistencia en la preservación de su modo de vida. Inés del alma mía, ha dicho Isabel Allende, es el producto de cuatro años de investigación. La vida de Inés Sánchez y los hechos relacionados con ella son tan inverosímiles, que la afamada escritora chilena incluyó la bibliografía que informó e inspiró su historia. Pero a pesar de que comenta que se limitó “a narrar los hechos tal como fueron documentados” y simplemente a “hilarlos con un ejercicio mínimo de la imaginación”, su talento literario logra darles sentido desempolvando a los protagonistas de las antiguas páginas de los cronistas, examinando sus anhelos y sus motivaciones, y recreando el entramado que los reúne y humaniza para desvanecer los mitos que durante más de cuatro siglos han acompañado a la fascinante epopeya que fue la fundación de Chile.