Anciano piel de serranía,
no te duelas del ayer lejano,
porque eres espejo de la Tierra
y así anciano eres grandeza.
No te duelas de la triste aridez de tu semblante,
ese paisaje que el necio teme y el asceta envidia.
En él, como en un códice se escribió la Vida
en un lenguaje que busca ser oído por el alma;
porque tu faz de sabio luminosa
habla del desafío que es vivir,
de angustias y temores que dejaron surcos,
y de alegrías y risas que grabaron cicatrices.
No te duelas de la geografía hosca de tus manos,
áridas como la arcilla de caminos pisoteados.
Tus venas abultadas hablan del peso del anhelo;
más azules hoy que tus amaneceres muertos,
menos tímidas hoy que tus sueños sepultados.
No te duelas anciano de tu caminar cadente y lento
estoico y digno; de tu resignado y castigado cuerpo,
cansado de buscar sustento en tierra de hambre
y en fríos largos como ríos de hielo.
¿Acaso lloras viejo por otro mundo,
por tu juventud volcada hacia quiméricos futuros,
todavía futuros, todavía quimeras?
No te duelas más anciano
porque hoy no te defines por tus sueños,
eres tú mismo tu conquista.
Tantas veces tus manos han tocado el hoy
y tantas tus ojos han medido firmamentos.
Como un dios mitológico tus días ya no son esclavos de tus horas;
y como la montaña sólo agachas tus ojos a la noche,
y saludas como a un cercano amigo al día.
Tu pasado anciano es tu fuerza
porque en él quedó atrapado el miedo,
y hoy guardas, como el quieto volcán, el secreto de tu esencia.
Y porque tu piel sabe descifrar el lenguaje del viento,
y escuchar el mudo anuncio de la lluvia,
eres hermano de los campos y los bosques,
y de las rocas que miran impasibles a los huracanados mares.
Así anciano eres la forma de una promesa,
la semilla del eterno retorno,
del fruto dulce de la cosecha cíclica;
un poema prodigioso de la Creación
esculpido con la caligrafía del Tiempo.
Ocoxal